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Sirve de muy poco hablar de algo si no lo has probado, si no lo has vivido, si no lo has sentido u olido. En esta horrible época de gurús expertos sin currículum, es básico saber que para hacer buena cerámica hay que mancharse las manos de barro.

O duele o es postureo

Decía Robert Capa que para hacer fotografías de verdad, tenías que acercarte. Todo lo que hizo en la Guerra Civil es un ejemplo de ello. Y si esas fotos no te desgarran el alma, o estás muerto por dentro o eres del bando equivocado.

Pero hoy tenemos tres fotógrafos profesionales en cada bloque de vecinos. Como los adolescentes que quieren ser instagramers y seguro que a base de tirar fotos aprenden composición, equilibrios y demás, pero sus fotos están muertas.

También tenemos a los fotógrafos “amigos de”, que hacen maravillas según sus amigos. Y que no salen de la rueda del éxito porque en este país importa más el contacto que la calidad.

Tenemos un panorama aterrador de egos mal medidos y debajo de cada piedra hay un profesional total, según él mismo.

Más jugo y menos megas

Pero olvidando esos egos, contactos y demás hay un concepto importante que se suelen saltar.

Da igual tener el último iPhone o la réflex más vintage. Si no cuentas algo, no llegarás. Si no te manchas y sientes lo que haces, no podrás transmitir nada.

Si te metes en el juego de tener el mejor objetivo. La gran cámara. Las luces más bestiales. O la app con mejores filtros. Te perderás. Y seguirás sin contar nada

Hace años, años ya, en “la web” el rey era el contenido. Y sigue siéndolo. Pero no solo en la red… en todo!

Mánchate, hagas lo que hagas, métete hasta los intestinos de tu profesión (en este caso fotógrafo) porque cuanto más “sucio” sea, mejor (decía Woody Allen del sexo)

Y un ejemplo, desconocido para muchos y alucinante para todos.